Alejandro Martínez nació en Elda a mediados de los años 80, el artista revela desde muy joven una vocación innata hacia el arte. Según relatan sus padres, a la edad de tres años ya se dedicaba a jugar con sus dos hermanos, creando dibujos y figuras de plastilina. En la marquesina de su hogar, una mesa se convertía cada verano en el espacio de experimentación donde montaban estructuras con lianas, guerreros y personajes de su propia invención.

Con el paso del tiempo, su propósito se volvió claro: deseaba estudiar Bellas Artes, anhelando salir de su círculo habitual y buscar nuevas experiencias. Este deseo lo llevó a Altea, donde comenzó su formación académica. La diversidad de su generación fue un verdadero regalo; su mente se expandió en un entorno donde se unían personas pintorescas y diferentes, pero con un núcleo común. Los días, semanas y cursos se llenaron de conversaciones sobre arte, filosofía y la vida misma. Aquellos años dejaron una huella indeleble en su vida, ayudándole a comprender cómo deseaba que su existencia girara en torno a la pintura y al arte.

Posteriormente, completó un año en la Universidad de Madrid y finalizó su carrera en Salamanca, donde tuvo la oportunidad de nutrirse a nivel personal y profesional. Desde entonces, su trayectoria se ha centrado en esta disciplina, participando en exposiciones individuales y colectivas tanto en España como en otros países europeos.

A lo largo de su carrera, su proceso creativo ha evolucionado, adaptándose a las circunstancias del tiempo. Sin embargo, todas las etapas de su obra comparten un cuidado meticuloso en el tratamiento estético, así como una profunda exploración de lo más íntimo del ser humano: la intuición, la percepción y el misterio. Para ello, utiliza el retrato, el paisaje y la figura humana, buscando establecer un diálogo con las imágenes. La materia, su comportamiento, densidad, opacidad o transparencia, y las aportaciones plásticas, suman capas de lectura que enriquecen su trabajo y lo conectan con el espectador.

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